La crianza gentil desde las razones correctas

La crianza es, sin lugar a duda, una de las responsabilidades más grandes que puede llegar a tener una persona. Es una tarea sublime que solamente los seres humanos llevan a cabo. Los animales tienen crías, las alimentan, está en su instinto protegerlas y mantenerlas con vida hasta que éstas logran ser completamente independientes. 

Sin embargo, los seres humanos somos llamados a mucho más que eso en la crianza de nuestros hijos. Ésta va mucho más allá de cubrir las necesidades primarias de los pequeños que nos han sido entregados por Dios mismo. Por ello, nuestra visión como padres debe de estar abierta y calibrada a la manera en que Dios creó y ve a nuestros hijos, como seres completos, (con un cuerpo, un alma y un espíritu), como seres hechos a Su imagen. Sabiendo esto, nuestra tarea como padres es pues, edificar y formar a nuestros hijos en cada una de estas áreas. 

Partiendo de esta premisa, podemos reconocer y descartar con facilidad corrientes psicológicas sobre crianza que conciben a los niños como simples seres evolutivos en proceso, en quienes no existe propósito mayor al de solamente llegar a ser independientes completamente de sus progenitores, como una especie animal más. 

Pero nosotros, que reconocemos que Dios es el dador de vida y que todo proviene de Él, sabemos con certeza que cada uno de nuestros hijos fue creado con un propósito divino y eterno, con capacidad ilimitada y con profundo valor, por el simple hecho de existir. Como padres, tener esto claro en nuestro corazón, hará que la tarea de criar a nuestros hijos sea más llevadera en la práctica del día a día, cuando tu bebé no quiere comer y comienza a lanzar su comida al piso, cuando tu niño de 2 años no se quiere bañar y hace una rabieta a la hora de dormir, cuando tu niño de 6 años no quiere apagar la televisión, a pesar de que ya se le había dicho que solamente podría verla media hora, cuando sientes que el cansancio te sobrepasa y no sabes si podrás sobrevivir otro día más, lleno de ropa que doblar, niños que alimentar, rabietas con que lidiar, tareas por supervisar, trastes que lavar, trabajo que realizar. Todo esto es muy real, y muchas veces nuestra crianza se convierte solamente en «mantener vivos» a los niños y «sobrevivir» un día a la vez. Pero debemos detenernos y reconocer que aún en esos momentos, sigue latente ese propósito eterno, esa capacidad ilimitada y ese valor profundo en nuestros hijos. 

Por esta razón considero que la crianza gentil comienza con la concepción correcta de lo que son nuestros hijos, y dejar que dicha concepción dirija nuestras acciones. Si yo considero que mi hijo tiene un propósito eterno, tiene toda la capacidad para aprender todo aquello que yo me tome el tiempo de enseñarle y es muy valioso, no sólo para mí, sino para Dios, todas mis acciones estarán enfocadas en enseñarle a conocer y amar a su Creador, a ser bondadoso con otros, y a ser una persona útil en su entorno.

Una de mis partes favoritas de la filosofía de María Montessori es la «vida práctica», en donde se le enseña a los niños pequeños tareas simples y cotidianas como abrir una puerta, la forma correcta de hojear un libro, a lavarse las manos, lavar un plato, poner la mesa, abrocharse las agujetas, mover una silla, etc. 

Nuestro comportamiento con este tipo de tareas muchas veces es desesperado. Asumimos que lo saben hacer por sí solos por ser algo tan cotidiano, pero luego los regañamos por hacerlo mal, cuando nunca nos dimos el tiempo de honrar la capacidad que tienen, enseñándoles a hacer las cosas. Y lo cierto es, que si lo hacemos así con las cosas más simples, con aquello que es más profundo, lo haremos igual. «¿Por qué eres un niño tan desordenado?» «¿Por qué siempre quieres comer lo mismo?» «¿Por qué no puedes hacer las cosas bien?» «¿Por qué siempre pides las cosas gritando?», pero nunca nos hemos tomado el tiempo, de manera consciente, de enseñarles y modelarles, el recoger sus juguetes, el comer saludable y balanceado, el hacer las cosas con dedicación y empeño, a ser bondadosos y pacientes con los demás, etc. 

En la crianza gentil, proponemos tomar la responsabilidad de enseñar a nuestros hijos, desde lo más simple y cotidiano hasta lo más profundo que queremos formar en ellos, confiando en la capacidad que ellos tienen para aprender aquello que se les está mostrando, ya que los niños siempre responden a lo que se espera de ellos. Si uno le enseña a un niño esperando que falle y no aprenda, esa expectativa nubla y mancha el trato que se le dá y por lo tanto, los resultados obtenidos, son en efecto, de acuerdo a la expectativa. Pero, si por el contrario, yo hago todo esperando que mi hijo aprenda, seguramente me voy a sorprender del gran potencial con el que va a responder.

La crianza gentil también es consciente de que los niños, aunque son niños, son también seres humanos. También tienen días malos, también se cansan, también se fastidian, exactamente igual que nosotros sus padres. Esto no significa que no les vamos a enseñar o que vamos a pasar por alto una grosería o un pecado, pero entendiendo que están también en un proceso de aprendizaje, como nosotros, podremos enseñar y corregir con gracia y con amor, y no con desesperación y hartazgo. En la crianza gentil, el adulto nunca demanda algo que no está dispuesto a dar, sabe que el niño tiene el mismo valor que él y el mismo derecho a ser respetado que él. En la crianza gentil, quien enseña sabe que también sigue aprendiendo y no pone estándares que sabe que él mismo no puede cumplir. 

La crianza gentil busca formar hombres y mujeres que amen a Dios, que amen a las personas y que estén completamente preparados para enfrentar los retos que la vida le presente. Un niño que se sabe amado, será un adulto amoroso. Un niño respetado, será un adulto respetuoso, un niño a quien se le honra, será un adulto que sepa honrar a Dios y a los demás.

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